domingo, 18 de julio de 2010

El Espíritu de los Cristeros

Los Cristeros, en su mayoría; muestran una sorprendente cultura, y más concretamente, una profunda cultura cristiana. Ya conocemos, por ejemplo, la voz de Ezequiel Mendoza Barragán, campesino michoacano de Coalcomán, que nunca fue a la escuela, y que llegó a ser coronel famoso de cristeros. Jean Meyer, que conoció a Mendoza cuando éste tenía ya 75 años, confiesa: «quedé deslumbrado, fascinado, por la misteriosa energía que irradiaba de él» (pról. Testimonio). Y en otro lugar dice que «todas las entrevistas confirman el carácter representativo de Ezequiel Mendoza», aunque es cierto que su lengua era «especialmente clara y bella» (III,289).

Espiritualidad católica


En entrevistas, crónicas y cartas de cristeros causa admiración comprobar la calidad doctrinal, bíblica y poética de sus expresiones. Todo lo cual contradice abiertamente el menosprecio de algunos pedantes acerca de la veracidad del cristianismo entre los indígenas de América. 
Los cristeros, concretamente, tenían en sí toda la fuerza de quien sabe estar haciendo la voluntad de Dios. «Conscientes de hacer la voluntad de Dios, dice Meyer, los cristeros podían resistir todos los descalabros militares, todas las desdichas espirituales y hasta la más terrible de todas: los arreglos y el poco apoyo clerical» (289). Esa fidelidad a la voluntad de Dios providente les hacía inquebrantables.

Ezequiel Mendoza, por ejemplo, decía a su gente: «No, muchachos, acuérdense que aquí pedimos a Dios lo que más nos conviniera y por eso no digamos desatinados "ya ven que las cosas cambian de un momento a otro"; "la hoja del árbol no se mueve sin la gran voluntad de Dios", paciencia y resignación» (289). En cierta ocasión, según él mismo refiere, arengaba así a los suyos: «No queremos compañeros que traigan fines torcidos, queremos hombres que de todo corazón quieran agradar a Dios en todo, sin otro interés que defender a su Iglesia nuestra Madre; ya que sus feroces enemigos la quieren exterminar, aunque no lo conseguirán, porque fue dicho por Nuestro Señor Jesucristo que "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella"; y lo que Cristo ofreció lo cumple; también dijo que "pasarán los cielos y la tierra, pero sus palabras no pasarán". Además tenemos nuestra Reina y Madre la Virgen de Guadalupe, ella nos recomendará con su Padre, con su Hijo, y con su esposo, el Espíritu Santo. Todavía más contamos con todos los santos y santas del Cielo y de la tierra para que ellos rueguen a Dios por nosotros en todo tiempo y lugar, y si Dios está con nosotros no tengamos miedo de morir en defensa de la Iglesia y de la Patria, seremos mártires e iremos al cielo para siempre» (Testimonio 31).

Por su parte, Aurelio Acevedo, un simple ranchero de Zacatecas, animaba así a su tropa: «Vosotros, valientes sin tacha, siempre pensad que vais en camino del Calvario; pensad que vais al martirio cumbre donde se entra al Cielo de la Paz y eterno regocijo. Todo redentor debe ser crucificado para fin de que triunfe y sea glorificado. No olvidéis que esta lección es más clara que el sol que nos alumbra: ¡recordad a Jesús!» (Meyer III,275).

Y otro jefe, Pedro Quintanar, decía a sus tropas: «Todo lo bueno que en vosotros hay es sólo de Dios y... todo lo malo que en vuestro regimiento hay es vuestro. A Dios hay que atribuir todo lo bueno y toda la gloria y todo triunfo, pues vosotros sois instrumentos viles» (289).

La consagración de México a Cristo Rey

17 de mayo de 1927. Unos años antes de los sucesos que nos ocupan, en 1914, San Pío X, a petición de los Obispos mexicanos, había autorizado, como «un proyecto para Nos indeciblemente grato», consagrar a Cristo Rey la república de México, y poner corona real en las imágenes del Sagrado Corazón de Jesús, colocando también cetro en su mano, para significar así su realeza.

La consagración de México a Cristo Rey, cosa al parecer imposible –a semejanza de la realizada por García Moreno en el Ecuador en 1873–, pudo sin embargo realizarse, aprovechando la venia del general Victoriano Huerta, presidente (1913-14), indio puro de Jalisco, que, por rara circunstancia, era católico y no masón, sino odiado y calumniado por las logias. Fue entonces, el 6 de enero de 1914, durante el solemnísimo acto realizado en la Catedral, en presencia de todas las primeras autoridades religiosas y civiles de la nación, cuando por primera vez en México el pueblo cristiano alzó el grito de ¡Viva Cristo Rey!

El Ejército Federal

El ejército «consustancial con el gobierno» en el México de entonces «consideraba a la Iglesia como su adversaria personal. Agente activo del anticlericalismo y de la lucha antirreligiosa, hizo su propia guerra, su guerra religiosa. El general Eulogio Ortiz mandó fusilar a un soldado, en el cuello del cual vió un escapulario. Algunos oficiales llevaban sus tropas al combate al grito de ¡Viva Satán!» (Meyer I,146).

«Cada arma reclutaba por su cuenta. El enganche debía ser voluntario y firmado al menos por tres años», condición que muchas veces se incumplía, tanto que «se seguían utilizando las cuerdas para atar a los voluntarios. Se echaba mano de cualquiera: condenados de derecho común, obreros sin trabajo, campesinos», y sobre todo «del subproletariado rural y de los indios, vencidos o no» (149-150). La brutalidad y la indisciplina de esta tropa es apenas descriptible.

José de León Toral

Bajo la dura mirada del presidente Plutarco Elías Calles acompañado por Joaquín Amaro, secretario de Guerra, ambos en la inspección de policía, José de León Toral confesaría:

“Yo soy el único responsable; maté al general Obregón porque quiero que reine Cristo Rey, pero no a medias sino por completo”. 8

La voz es un susurro débil pero audible, escuchado por contadas personas, entre ellas un receptivo reportero que rescata estas palabras para que no las extravíe la historia. Horas antes, dentro de ese agitado 17 de julio, León Toral había culminado una leyenda política para iniciar con ello su propio ascenso al misticismo de la fe religiosa.

Hijo de padres muy católicos, Aureliano de León y María Toral Rico (originaria ella de Lagos de Moreno); en su infancia, José destacó de entre sus once hermanos por su humildad, paciencia e inclinación hacia las prácticas devotas. 9

sábado, 17 de julio de 2010

UNA LUCHA CON ORIGENES VEINTE SIGLOS ATRAS

Semanas antes de que el Episcopado aprobara los planes de la Liga de la Defensa de la Libertad Religiosa para realizar un movimiento armado, comenzaron a ocurrir algunos brotes prematuros y sin coordinación. 
Uno de los primeros rebeldes fue Luis Navarro Origel (con el seudónimo de Fermín Gutiérrez), que desde Pénjamo, Gto., se lanzó a la lucha el 29 de septiembre de 1926 y poco despúes ancabezaba como general a dos mil rebeldes. 

La fecha acordada para la rebelión fue el primero de enero de 1927 y en diferentes lados comenzaron a surgir dispersas partidas de cristeros, llamados así por su grito de ¡Viva Cristo Rey!. Los principales grupos surgieron en Jalisco y fueron secundados en Michoacán, Guanajuato, Durango, Morelos y Oaxaca, más tarde en Zacatecas, Aguascalientes, Sinaloa, Colima, México y Veracruz.

La Unión Popular de Jalisco, presidida por el Lic. Agustín Navarro Flores, organizaba la acción cívica de los católicos jaliscienses. Anacleto González Flores era secretario de la agrupación y también actuaba a través de la ACJM y del periódico "Gladium"

Además desde 1920 operaba en todo el Estado la Unión de Católicos Mexicanos, formada con gente de creencias firmes que habían prestado juramento de trabajar disciplinadamente. Sus miembros tenían señas y contraseñas para identificarse entre sí y era frecuente quellevaran una medalla o un escapulario con la letra "U" -como ellos se decían entres sí- y los grupos de González Flores los que suministraron hombres, sin experiencia en las lides de la guerra, pero decididos, que integraron los mandos de jefes y oficiales cristeros. Junto con esos improvisados oficiales marcharon como sacerdotes castrenses algunos presbíteros, entre quienes se hicieron famosos Pascual Vega, Gumersindo Sedano y David Uribe.

Muchos de los pronunciamentos carecían de coordinación y de planes mas o menos viables, por lo que pronto terminaron trágicamente. 

En León, Gto., siete jóvenes cristeros pensaron dar un golpe de mano y trataron ganarse a Domitilo Flores, jefe de policía del barrio del Coecillo, pero éste los entrgó al General J. Trinidad López. 
Ante los maltratos para que delataran a otros posibles partidarios y ante la inminencia de la ejecución, Agustín Rios, de 21 años, no pudo detener las lágrimas; su compañero José Valencia Gallardo, que intercedió en favor de él, fue golpeado para que callara,  y como contestara con el grito de ¡Viva Cristo Rey!, le cortaron la lengua y luego le dieron un tiro en la cabeza con bala expansiva. 
A continuación fueron liquidados Jose Vázquez, Agustín Rios, de 21 años; Nicolás Navarro, de 20; Salvador Vargas, de 20; y Ezequiel Gómez, de 19. Sólo sobrevivió Isabel Juárez, herido y golpeado. 

El parte oficial anunciaba más tarde que un asalto a la ciudad de León había sido rechazado victoriosamente. (Enero 3 de 1927).
 


America peligra
SalvadorBorrego


viernes, 9 de julio de 2010

Juan Rulfo habla de la cristiada

En junio de 1929, los cristeros tenían la impresión de que estaban a punto de ganar, así que cuando llegó la noticia de los arreglos,2 a fines de junio o principios de julio, se sintieron defraudados. A un país arruinado por tres años de terrible guerra, a la dificultad de encontrar trabajo y a una readaptación a todas luces difícil —volver a la vida normal— se añadió, para muchos, el peligro real de ser asesinados. Unos pocos formaron unas gavillas de bandoleros, al estilo Pedro Zamora, por rencor, por la inercia de la costumbre adquirida y por la falta de trabajo; otros, más numerosos, volvieron a levantarse en armas.
A la hora de los arreglos los cristeros tuvieron la oportunidad de presentarse a las autoridades militares para recibir un salvoconducto; a cambio tenían que entregar el caballo y el rifle, instrumentos de guerra, contra diez pesos que se les ofrecían para regresar a casa, en un estado mucho peor que en 1926, con una mano adelante y otra atrás. Las cosas se pusieron color de hormiga para ellos, porque los arreglos fueron a medias y a ellos los hicieron a un lado, abandonados completamente a su propia suerte.
Algunos generales federales se portaron bien, muy bien, como Charis, Cedillo y Figueroa. Charis en Colima y en el sur de Jalisco; Andrés Figueroa tan bien que le mandó al jefe cristero de San Gabriel [el pueblo de Juan Rulfo] una larga carta por conducto de la señora Amalia Díaz, ofreciéndole todo su apoyo, facilidades y garantías, para él y sus hombres.3

COLIMA EN LA CRISTIADA

La guerra, en síntesis
 
 Aparentemente, el pequeño estado de Colima, zona limitada, aislada, ofrecía todas las condiciones para que un ejército regular apoyado por la artillería, la marina y la aviación pudiera aplastar rápidamente una insurrección popular, rústica, improvisada. Ahora bien, no obstante una serie de ofensivas masivas, lanzadas cada año por los mejores generales (Ferreira, Talamantes, Beltrán, Buenrostro, los hermanos Ávila Camacho, Pineda Rodríguez, Flores, Martínez, Heliodoro Charis, Eulogio Ortiz y el propio ministro Joaquín Amaro, quien fue cuatro veces a Colima), los cristeros se mantuvieron invictos, controlando una zona "liberada" y no dejando un solo punto del estado al abrigo de sus incursiones. Sin embargo, fueron incapaces de vencer, y su fracaso al intentar la toma de Manzanillo demostró los límites de la guerra de guerrillas.

En un mapa estratégico, la ciudad de Colima se vería como una ciudadela sitiada, comunicada con Jalisco y con Manzanillo gracias a un ferrocarril constantemente amagado. Los cristeros no se quedaban en los valles pero los recorrían cada día y mantenían una inseguridad permanente. Los volcanes serán su refugio inexpugnable y sus bases. En el mapa no se ven los innumerables ranchos y rancherías de allá arriba, en la Arena, Caucentla, ranchos aislados

Arrimados a una corriente de agua, o rodeados de una huerta que a veces es de alguna importancia, plátano, guayaba, café, etcétera, que los interesados riegan por medio de tomas miniatura que les permitan llevar el agua por zanjas que se antojan de juguete, a humedecer la tierra de aquel solar, y no es difícil encontrar también muchos cajones de abejas que con sus cosechas de cera y miel, ayudan a sus dueños a pasar la vida.[ 1 ]

Rancheros, medieros, pequeños propietarios, cazadores y salitreros de los volcanes, trabajadores de las haciendas, tales fueron los cristeros, gente de a caballo, pero también capaz de nutrir la infantería, que se organizó en grupos pequeños, que contaban entre 25 y 70 personas, dispersos en toda la zona. Tratándose de guerrillas -gente que vivía con sus familias-, tal cifra no se podía rebasar. Los hombres se agrupaban cuando los convocaban para dar un golpe; formaban entonces una columna de 200 a 300 hombres que no duraba más de algunas horas. La unidad de base, dirigida por un capitán, tenía de 35 a 40 hombres. No se podía juntar mucha gente durante mucho tiempo, por razones militares y económicas. Los combatientes vivían con sus familias en el cerro y trabajaban para comer. Los campamentos militares y los fortines se encontraban abajo de los campamentos, en los que vivían los civiles, para protegerlos.

La agricultura y la ganadería de esas rancherías mantenían a los cristeros, pero limitaban su número por la escasez de sus productos. Eso mismo complicó la tarea del ejército federal. Para entrar a los volcanes, sin perder mucha gente en esa guerra de emboscadas, de "pique y huye" en la cual eran maestros los cristeros, tenían que formar columnas grandes, lo que implicaba realizar campañas breves. En efecto, ¿cómo mantener a tanta gente y a los caballos? Las columnas llevaban consigo alimentos y parque para una semana, y luego tenían que regresar, mientras que los cristeros divididos en grupitos podían subsistir -y pasar hambre siempre-.

Era "un ejército de hombres de buena voluntad. Se tuvo que sufrir tremendamente todo el 27. El 28 la cosa se puso algo mejor, los pacíficos se decidieron a ayudar efectivamente, se organizó militarmente, se purificó el pensamiento de lo que se quería", comentaría el padre José Verduzco, 40 años después.

En 1927, el gobierno cargó toda su fuerza para deshacer esos brotes pero encontró la resistencia extraordinaria de los cristeros. Después de muchos combates, sin parque, un muchacho me preguntó que por qué no se hacía frente. Nunca tuvimos que lamentar deserciones, por la fortaleza y la certeza del ideal. No más privaciones, penas superiores; robos, violencia, abusos eran estrictamente prohibidos, claro que por más santa que sea es tremenda la guerra. Había de todo, pero dominaba la juventud de 20 a 40 años, en ese ejército de campesinos huarachudos entre los cuales andaban algunos seminaristas.[ 2 ]

Uno de aquellos seminaristas, el joven Miguel Anguiano, organizó al principio la región de Pihuamo y de El Naranjo; después controló grupos de la región de Ciudad Guzmán, Tecalitlán, Jilotlán, Ahuijullo, hasta el río Tuxpan y Naranjo.

En el último año de la guerra, Andrés Salazar -un valiente general cristero, hombre maduro, campesino, jefe de acordada antes de 1927- fue el jefe indiscutible de los cristeros de Colima, aunque le haya costado trabajo imponerse. El padre Enrique Ochoa, hermano del primer jefe cristero del estado, Dionisio Ochoa -otro seminarista-, muerto en 1927, convenció por fin a Salazar. Por cierto, ese sacerdote, quien años más tarde publicaría Los cristeros del volcán de Colima, bajo el seudónimo de Spectador, fue la conciencia del movimiento en Colima.

También eran ex seminaristas Virginio García, el organizador civil; el mayor Filiberto Calvario; el mayor Candelario Cisneros -quien se ordenó después de la guerra-; J. F. Ramírez y Jiménez; el coronel José Verduzco B., futuro sacerdote, y el capitán, J. J. Dueñas Rolón. La gran mayoría de los antiguos alumnos del seminario militaron en la Liga, en la organización civil o se fueron a la guerra. Entre ellos estaban Marcos Torres, muerto en 1928; el mayor Pedro Radillo, muerto en combate; Rafael Borjas, quien fue correo para no verter sangre y fue fusilado en abril de 1927; Tomasito de la Mora, primer jefe civil, fusilado el 27 de julio de 1927; el capitán Martín Zamora, muerto en combate en septiembre de 1927; Prudencio Dávilo, jefe civil de El Naranjo, torturado y fusilado el 28 de abril de 1929; Manuel Hernández, civil, fusilado el 25 de julio de 1928 con el niño Francisco Santillán; Abraham B. Cisneros, civil, fusilado en compañía de todo el ayuntamiento cristero de Minatitlán, el 31 de mayo de 1929, y algunos otros más.[ 3 ]

José Verduzco, nacido en 1918 en Zapotiltic, coronel cristero, luego sacerdote y canónigo, habla de la Cristiada con emoción y también con sentido del humor: la llama "la ratería". "¿Por qué no?, si nos decían los rateros. Para recibir una ayuda de los ricos, eran necesarias 20 amenazas, cierta violencia, ya que de su parte no hubo ninguna espontaneidad. Al principio Dionisio Ochoa pidió a la buena, pero con excepción de Enrique Schondube y de algún que otro, nadie dio".[ 4 ] "Si tú pides y uno te da, lo llega a saber el gobierno y nos amuela. Si tú asaltas y te apoderas del dinero, nosotros aparecemos víctimas y de ninguna manera cómplices." Tuvo que explicarle el hacendado Salvador Ochoa.[ 5 ]

Verduzco comenta que la teología y el derecho canónico enseñan que en la necesidad todo es de todos.

Fue la aventura de mi vida, la época en que más me sentí vivir. No se trataba solamente de obtener el derecho de rezar, sino de enderezar mi pueblo que había visto siempre de rodillas, oprimido por unos pocos. Por eso nuestro programa iba mucho más lejos, hasta donde Vasconcelos [quien fue en 1919 candidato a la presidencia de la república. N. del A.]. No creo que nuestro combate haya sido vano, pues que entonces hubo una tentativa por parte del gobierno para aplastar definitivamente al pueblo.

Y el pueblo resistió. Claro, los arreglos, mejor dicho "los desarreglos", fueron el gran golpe político para cortarle el paso al vasconcelismo. Nosotros, los jefes con alguna cultura, éramos conscientes de lo que se jugaba, mucho más que las libertades religiosas, la posibilidad de la democracia en México. Vasconcelos iba a necesitar de la fuerza militar de los cristeros para hacer respetar su victoria electoral. Pero el pueblo peleaba para la Iglesia, nada más, y tan pronto como se oyó el primer repique de campanas, los cristeros -quienes en su inmensa mayoría no pensaban de otro modo- se vieron amenazados de ser abandonados por el mismo pueblo que los había sostenido durante tres años, y de pasar de la calidad de "hermanos," a la de "rebeldes y bandidos".[ 6 ]
El obispo, los sacerdotes y los cristeros

No es verdad que "la Iglesia se rebeló", dice el padre Verduzco.
Monseñor Velasco no nos dio ni una orden ni un consejo. A sus sacerdotes les dijo que dejaran a sus hijos que se defendieran. Él no abandonó su diócesis nunca. Se fue a la montaña, al cerro del Cocoyul, en la sierra del Tigre, bajo la protección de los agraristas de Ahuijullo, enemigos de los cristeros, por cierto. Continuó dirigiendo su diócesis como si nada. Muchos sacerdotes se fueron también al monte, para no abandonar a sus parroquias; algunos se refugiaron en Guadalajara y en el Distrito Federal, pero la mayoría se quedó, aunque no eran capellanes militares y mucho menos dirigentes del movimiento. Su presencia, en medio de su grey, compartiendo los peligros, desde luego que animó al pueblo. Lo que es el cura, es el pueblo; si el llorado monseñor Velasco fue un valiente, lo natural era que su clero y su pueblo también lo fuesen.[ 7 ]

Vale la pena señalar que el padre Valera, vicario de Apulco, luego de El Mamey (Minatitlán), no vio con buenos ojos la Cristiada. Nunca dejó su trabajo pastoral y fue fusilado por fuerzas del gobierno, el 3 de junio de 1929, en Toxin.[ 8 ] El cura Negrete nunca abandonó su parroquia de Jilotlán (Manuel Diéguez); el cura Santana, de Pihuamo, anduvo en el monte hasta regresar al pueblo, en 1928, con el permiso del obispo y las garantías de las autoridades, para ejercer su ministerio de casas particulares.[ 9 ]

El cura Sixto Michel se quedó en San José del Carmen. En Tecomán, pueblo que no participó en la guerra, cuando el gobierno quiso arrestar al cura Arreguín hubo un motín, se soltó al cura y todo siguió igual.[ 10 ] En Tepames, el padre Juan Alvarado sirvió los tres años de la contienda. Ya contamos cómo el cura de Zapotitlán (Jalisco), J. Guadalupe Michel, fue fusilado en Manzanillo. También fueron fusilados el padre Miguel de la Mora, en Colima, el 7 de agosto de 1927,[ 11 ] y el cura Rodríguez en Tolimán. Además parece que en la Villa de Álvarez el cura Tiburcio Aguilar se registró con las autoridades.[ 12 ]

"Lo que es el cura, es el pueblo." Posiblemente, pero el dicho se puede rezar al revés: "Lo que es el pueblo, es el cura". La presencia de un clero numeroso, nacido y formado en el mismo Colima: la presencia de numerosas y pequeñas parroquias de formación reciente, de una gran cantidad de capillas, iglesias y cofradías; la fuerza de la Acción Católica, del catolicismo social introducido por el obispo Atenógenes Silva, de los sindicatos católicos: todo indica la existencia de una sociedad profundamente católica.
¿Un gobierno cristero?

Se puede hablar de gobierno cristero en algunas regiones, como la Huejuquilla el Alto, en Jalisco y Zacatecas, o en la de Coalcomán, Michoacán, en las cuales desapareció la administración del estado, al quedar, de hecho, bajo el control militar de los insurgentes. En Colima, a causa del carácter tan permanente y fuerte de la guerra, no fue posible organizar un gobierno civil con sus autoridades electas y sus escuelas: tanto el aparato civil como el militar no podían ocuparse sino de la contienda extremadamente dura que, durante tres años, padeció la región. Como en Coalcomán o Huejuquilla, los cristeros estaban con sus familias pero, en lugar de permanecer con ellas en los pueblos, tuvieron que llevárselas consigo arriba, a los volcanes. Para ellos, no existía otra vida que la guerra ni más gobierno que el de los jefes militares. En otros lugares del estado, en la frontera con Michoacán y Jalisco, pudo establecerse un gobierno paralelo.

En el sur de Jalisco, el general Manuel Michel encarnó la autoridad militar y civil. Sus archivos reflejan todas sus responsabilidades, que van desde los problemas espirituales -encontrar un sacerdote que atienda a sus soldados- hasta el arbitraje en asuntos de concubinato o de herencia, sin contar las tareas administrativas, económicas y militares.

Manuel Michel, muy conocido y apreciado en la región de Zapotitlán, donde había arrendado un gran rancho que trabajaba con 25 jornaleros, no encontró dificultad alguna en reunir un regimiento de 500 soldados y después organizar toda la región. En aquella zona pobre, el general impuso a todos una actividad incesante: cuando los soldados no estaban en campaña, recibían instrucción militar y cívica durante las horas de descanso; el resto del tiempo trabajaban con los "pacíficos" o "cristeros mansos" cultivando maíz y hortalizas en terrenos desmontados o en las tierras en descanso de las haciendas, repartidas de manera autoritaria por el militar.

El general impuso incluso a las comunidades agraristas esa misma forma de vida, protegiéndolas tanto de los demás grupos cristeros como del gobierno. Así, el 21 de enero de 1929 recibió la sumisión de los agraristas de Telcruz y Ayotitlán y les contestó: "Pregunten a las comunidades de Zapotitlán, Tetepan, Mazatlán, Santa Elena y Zacoapan, a ver si nuestro movimiento les da garantías y los protege".[ 13 ] Dos días antes había recibido su queja: "Todos los vecinos de Telcruz y Ayotitlán comparecemos por escrito ante usted y su respetable personalidad, quejándonos de los atropellos que nos vienen cometiendo A. Contreras y F. Cobián [antiguos jefes agraristas convertidos en cristeros]. Le suplicamos operar en contra de éstos".

Instaló por todos lados autoridades judiciales, nombró presidentes municipales y confirmó las autoridades tradicionales de las numerosas comunidades indígenas. Recibía las quejas como justiciero supremo y procedía con severa rapidez contra los culpables. Esta rigidez que contribuyó a su popularidad se extendió a las costumbres y a la esfera económica: no toleraba la borrachera ni los tahúres ni las prostitutas. Manifestó la misma energía, pero con más éxito, en el campo de la producción. Llegó a trabajar toda su región, como si se tratara de una gran hacienda o de ejido colectivo. Exigía el respeto absoluto a la propiedad y prefería "morir de hambre a no pagar" lo que necesitaba. El 23 de febrero de 1929 mandó arrestar a Rincón y a Carrión, quienes robaban dinero a los agraristas de El Chante, y el 17 y 18 de abril del mismo año envió cartas a sus colegas, los generales Anguiano y Salazar, para reclamarles las requisas abusivas de sus soldados, "quienes en rigor les exigen ayudas imposibles, sin preocuparse de ir a traer de haciendas a enemigos". El 9 de enero de 1929 mandó fusilar al capitán cristero Alfonso Rodríguez Tapia, quien a "algunos pacíficos les cometió faltas graves".

Si no toleró robos y extorsiones, no tardó en enojarse contra los hacendados y rancheros: primero les pidió su cooperación comprensiva, luego les mandó una advertencia, luego pasó a los hechos, exigiendo un porcentaje de las cosechas de las haciendas y poniendo a cultivar las zonas no trabajadas. Llegó a realizar secuestros por cobrar las cantidades reclamadas. El 30 de marzo de 1929, escribió a don Alejandro Alfaro, en Sayula: "Me he permitido asignarle a usted en buena cuenta de 1 000 pesos [...]; empleo esta forma amigable para solicitar su ayuda y me permito asegurarle que su negativa me autorizará para proceder en forma contraria".

Todos los propietarios, hasta los pequeños, tuvieron que entregar, a la buena o a la mala, una parte de su cosecha, y las autoridades civiles cristeras se encargaban de cobrar esa especie de diezmo que repartían después a los cambiantes, a sus familias y a la gente necesitada. Era una necesidad para compensar las pérdidas que la guerra y la reconcentración periódicamente impuesta por los federales causaban. A la hora de la cosecha, Michel movilizaba a todo el mundo para levantarla con rapidez, antes de la llegada del ejército: "Con tu gente anda a traer maíz de los ranchos, lo mismo que el frijol. A los pacíficos los obligas a cargar y arrear los burros y tú con toda la gente los proteges", escribió el 15 de enero de 1929 al capitán Aniceto Arias.

Buen agricultor, pudo aplicar sus conocimientos coordinando la producción de las haciendas de varios municipios, estimulando el cultivo de maíz y la cría de ganado en todas partes.

He enviado gente de trabajo a las pertenencias de la primera agua que usted administra -escribía a un administrador, Francisco Santana, en febrero de 1929-, para que trabajen en el próximo temporal de lluvias [...], lo que pongo de su conocimiento para que no me les ponga ninguna traba, y en cuanto a rentas, si disfrutamos de paz al cosechar sus productos, religiosamente pagarán lo que les corresponde.

Este arrendamiento forzoso respondía al deseo de "que la región controlada por el movimiento libertador se trabaje en la mayor escala posible, obteniendo con ello el mejoramiento de la clase pobre". Envió representantes hasta Minatitlán, Camotlán y Cedros para alquilar animales de labor en cantidad suficiente, siempre con orden de "defender en la mejor forma los intereses de los contratantes". La circular terminaba de manera amenazadora: "No creo que habrá obstinación o egoísmo de parte de los dueños [22 de marzo de 1929]".

Con el fin de diversificar las actividades y obtener algún dinero por la venta de los productos, Michel alentó el cultivo del café, del chile y de la caña, y vigiló personalmente la calidad del azúcar, del alcohol y de las pieles curtidas, creando talleres para el trabajo del cuero, de las fibras, del hierro y de la madera, plantando tabaco para que sus tropas pudieran fumar y llevando una contabilidad escrupulosa de todos los granos cosechados entre Zapotitlán, Tolimán y Tuxcacuesco.

En la región de Cerro Grande, donde se apiñaban las familias cristeras, mandó abrir 9 escuelas para 500 niños. La zona sometida a su dirección agrícola fue la del piedemonte del volcán, pero su autoridad administrativa se extendió hasta Ciudad Guzmán, San Gabriel, Atoyac y Sayula, cuyas autoridades, nombradas por el gobierno, colaboraban en secreto con él. En su correspondencia sobran pruebas de esto. Otras autoridades que colaboraron con él fueron las de San José del Carmen, Toxin, La Salada, El Mamey, Tetapan, Tolimán, Tajipo, Tuxcacuesco, Mazatlán, Hitzoma, Zapotiltic y Tuxpan.

Michel trabajó siempre con el general Andrés Salazar, ya que la frontera entre Jalisco y Colima no constituyó un gran obstáculo.
La organización clandestina y las brigadas femeninas

Nadie duda de los méritos de los combatientes, pero sin el heroísmo oscuro de los civiles que hacen un trabajo de hormigas, los combatientes no tienen forma de manifestar su valor. Eso vale para todas las guerras y todas las revoluciones. En la Cristiada, la participación de los "pacíficos" como correos, espías, pepenadores de armas, parque, dinero, alimentos, propagandistas, etcétera, tuvo una importancia decisiva. La jefatura civil de Colima estuvo primero a cargo de Tomás ("Tomasito") de la Mora y, después del fusilamiento de éste, a cargo de Virginio García Cisneros, bajo el nombre de guerra de Juan Gómez Moreno. En sus memorias - Mosaico colimense -, Virginio García cuenta todo sobre la organización civil y las Brigadas Femeninas, da los nombres y la razón social de los que trabajaron con él, algunos de los cuales murieron en la raya. La red de simpatizadores cubrió todo el estado, incluyendo ferrocarrileros, jefes de estaciones, oficinistas, arrieros y caporales de haciendas, como Leonardo Aguilar, de San Marcos o Ignacio González, de Buena Vista.

Las Brigadas Femeninas nacieron en 1927, a imitación de las de Jalisco, para ayudar a los cristeros que, sin parque, tenían que correr y correr siempre. En noviembre de 1927 los jefes militares y civiles se reunieron en la ciudad, calle Aldama -¡qué imprudencia!- para fundar una brigada. Algunas mujeres desde un principio habían trabajado de manera espontánea: las hermanas María y Marcelina Camarena, Amalia Castel, Adela López, de San Jerónimo, Judit Dueñas, Teresa Márquez, pariente de Miguel Angiliano Márquez, así como las profesoras Chonita Galindo, Juanita Pamplona y otras más. El contacto con Guadalajara fue fácil y se realizó por medio de unas muchachas colimenses que vivían en la ciudad tapatía y, después, mediante una sección de las brigadas (BB) de Colima especialmente organizada en Guadalajara.

Las BB no se formaron sin problemas, pues esa organización clandestina tenía que ser secreta. Exigía un juramento de guardar el secreto y funcionaba en células cerradas, que no se conocían unas a otras. Eso disgustó a varias mujeres, que siguieron trabajando en forma independiente. Virginio García detalla la organización militar de las BB, desde su generala, la señorita Francisca Quintero (45 años); su coronela, la profesora Petra Rodríguez; sus mayores y capitanas, hasta los cabos. García tenía en sus archivos el estado completo del cuerpo que funcionó casi dos años de una manera estupenda y muy eficiente. Los agentes y el general Eulogio Ortiz encontraron algunos hilos de la organización hasta mayo de 1929, pero el secreto evitó una desastre. Las BB tenían gente en Colima, desde luego, en Comala, San Jerónimo (Cuauhtémoc), Tecomán y Manzanillo, o sea unas 400 mujeres.[ 14 ] La brigada de Colima se llamó "María de los Ángeles Gutiérrez", por la muchacha que murió con Dionisio Ochoa y Sarita Ochoa, la jefe de las BB de occidente, en la explosión de sus bombas, en el volcán. Además de sus tareas militares, de acopio y entrega de elementos de guerra, ropa, alimentos, de información y vigilancia, las mujeres de las brigadas se encargaron del pequeño hospital cristero en los volcanes, a cargo de Amalia Castel, Viviana Aguilar y Salomé Galindo. En Colima y en los pueblos les tocó esconder y atender enfermos y heridos de gravedad, así como jefes civiles o militares en misión.

En agosto de 1927 la policía pudo arrestar a Benita Coria, Rosa Ávila y Consuelo Ochoa, una hermana del jefe Dionisio. La segunda racha ocurrió exactamente un año después, en agosto de 1928: cayeron María y Marcelina Camarena, Dolores Maldonado e Isabel Pérez. El golpe de diciembre de 1928 fue más duro: el grupo de Comala perdió unas diez militantes, a la señora Andrea Cisneros y a cuatro de sus hijas: Ramona T. viuda de Hernández, Victoria Ramírez, Margarita Martínez y M. Carmen Cruz de López. También fueron apresadas, en Colima, María de la Luz Gutiérrez y Mercedes Santillán.

Pero el gobierno no se enteró, sino hasta el final, de la importancia de esa red subterránea. A principios de junio, "agentes de la policía militar lograron echar el guante a una muchacha de nombre María Soledad Monroy, a quien se le recogieron 109 cartuchos para máuser y 30-30, teniendo conocimiento de que era una activa proveedora de parque para los rebeldes, con quienes se encontraba en constante comunicación".[ 15 ]

El 2 de junio, el gobierno había asestado un duro golpe a la Brigada de Colima, arrestando a las profesoras María Concepción Galindo y María Guadalupe Ramos, así como a Juanita Ochoa, Leonor Barreto, Adela López, M. Trinidad Preciado, M. de Jesús Vargas. Esa redada fue la última de una serie que empezó en Guadalajara a fines de marzo, pasó por Sayula, México y otros lugares, y llegó por fin a Colima. Tuvo mucho que ver en eso el conflicto que enfrentó a los dirigentes de la Liga en México con los jefes civiles de Guadalajara y con las brigadas, cuya cabeza estaba en el occidente.[ 16 ]
No todos fueron cristeros

Desde luego, como el tema principal de esta breve historia se ocupa de los cristeros, el autor no ha hecho la investigación que le permitiera decir, seriamente, quiénes y cuántos no fueron cristeros, quiénes y cuántos fueron neutrales, quiénes y cuántos fueron activamente enemigos de los cristeros, los combatieron con las armas en la mano y por qué.

Se mencionó, por ejemplo, que el pueblo de Tecomán se mantuvo al margen de la contienda. Supo conservar su sacerdote, no permitió que el gobierno se lo quitara, autoridades inteligentes lo respetaron. Tecomán, pues, no fue ni cristero ni anticristero.

Fueron anticristeros muchos agraristas -en aquel entonces se usaba muy poco la palabra "ejidatario"-; muchos, pero no todos. En Colima, el agrarismo estaba aún en pañales en 1926; el estado seguía siendo una zona de haciendas, en la cual las propiedades de más de 5 000 ha representaban en 1923 el 60% de la superficie.[ 17 ] Al lado de las haciendas existían comunidades indígenas, ranchos, así como numerosas rancherías de medieros y pequeños propietarios. Según datos de la Comisión Nacional Agraria, parece que en Colima, entre 1917 y 1926, 1 100 agraristas recibieron 28 000 ha y, en los tres años de la guerra cristera, unos 1 400 recibieron otro tanto.[ 18 ] O sea que la Cristiada presionó al gobierno del estado, hasta entonces tibiamente repartidor, a acelerar el reparto, para tener campesinos que pelearan contra los campesinos insurgentes: "Para los toros del Jaral, los caballos de aquí mismo".

El gobierno armó a los agraristas, formando "defensas", y en la primavera de 1929, cuando la situación se puso muy dura, a un cuerpo de voluntarios de cerca de 300 hombres; les dijo que los cristeros eran los guardias blancas de los hacendados y que les iban a quitar su tierra. Para los cristeros, los agraristas armados resultaron unos incomprensibles traidores -incomprensibles porque, casi siempre, eran tan católicos los unos como los otros, y muchas veces hasta parientes-. Al usar "una cuña del mismo palo", el gobierno desató una fuerza incontrolable, la fuerza del odio. Los cristeros no iban contra los agraristas por agraristas, y los agraristas no iban contra los cristeros por católicos. Cantidad de cristeros, después de la guerra, organizaron ejidos.

Los de Ahuijullo (Jalisco) y de El Tigre, apodados "los conchos" por el nombre de su jefe, fueron contra los cristeros siempre, pero respetaron y protegieron al obispo Velasco, al cual el general Eulogio Ortiz hubiera arrestado con gusto. De la misma manera, el cura Flores pudo seguir atendiendo su parroquia y vivir en su curato en medio de los "conchos".

En Suchitán fue posiblemente donde se concedió el primer ejido del estado; en 1916 Gorgonio Ávalos consiguió la restitución contra las haciendas San Antonio y Noguera. Fogueados en duras luchas, esos agraristas que habían visto sus ranchos quemados por el adversario tenían que apoyarse en el gobierno y, lógicamente, apoyarlo. Lucharon contra los cristeros, tanto más cuanto que Comala fue un pueblo cristero con el cual estaban peleados desde antes.

Minatitlán es un caso diferente, un pueblo al cual no llegaba todavía el agrarismo pero que estaba dividido, quizá desde los años del carrancismo y del villismo, o tal vez desde antes. En 1913 los "indios" de Ayotitlán y Telcruz saquearon El Mamey, luego fueron villistas y en 1920 aniquilaron a la defensa de El Mamey. El Mamey fue cristero en su mayoría, Ayotitlán y Telcruz fueron anticristeros hasta principios de 1929, cuando se sometieron al jefe Manuel Michel.

Así que de Minatitlán salieron jefes cristeros como Miguel y Anselmo Figueroa y Jesús Rodríguez, y jefes gobiernistas como José Larios y Arnulfo Elías.[ 19 ]

Otros enemigos de los cristeros tampoco tenían nada de agraristas: en 1924, Tranquilino Corona, de Minatitlán, mató a un diputado, líder agrarista de Autlán (Jalisco), llamado Casimiro Castillo. Por conveniencia, Corona se levantó con los cristeros; cuando vio que la cosa iba para largo, se amnistió y volvió sus armas contra los cristeros, hasta que le tocó morir en combate.

Adolfo Valdés, administrador de la hacienda de Barreras (Jalisco), organizó una defensa armada para luchar contra los cristeros. Parece que tal defensa fue aniquilada el 7 de abril de 1928 por el capitán cristero Agustín Carrillo, con la ayuda de gente del coronel Guadalupe Lucatero de Michoacán. Valdés pudo salvarse.[ 20 ] Estos datos aislados no son más que botones de muestra del carácter trágico de toda guerra civil.


Fuentes
Archivos
Archivo General de la Nación, Gobernación y Presidentes.
The National Archives of Washington (Estados Unidos Americanos), Military Intelligence, Division y Department of State Records (informes consulares).

Archivos particulares
Doctor José Gutiérrez y Gutiérrez (joven oficial, luego general de la División del Sur)
General Manuel Michel (del sur de Jalisco)
Archivo de don Miguel Palomar y Vizcarra (Liga Nacional de Defensa de las libertades Religiosas), depositado en la Universidad Nacional Autónoma de México, microfilmado en el Museo de Antropología
Archivo de don Virginio García Cisneros (Colima)
Archivo del General Amado Aguirre

Periódicos
Excelsior, 1926-1929.
El Informador, 1926-1929.
El Estado de Colima, periódico oficial.

Entrevistas
Fonoteca del padre Nicolás Valdés (I 1982), depositada en el Arzobispado de Guadalajara y en el Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia en Guadalajara.

Entrevistas realizadas por el autor
El Colima, con Virginio García (22 y 23 de junio de 1969), con el canónigo Enrique de Jesús Ochoa (22 y 23 de junio de 1969), con el canónigo José Verduzco (22 y 23 de junio de 1969), en Nezahualcóyotl, con el padre Miguel Anguiano (12 de mayo de 1969).
 
[ 1 ] Virginio García, Mosaico colimense, Colima, s. e., 1972, p. 82.
[ 2 ] Entrevista de J. Meyer al sacerdote José Verduzco, el 23 de junio de 1969, en Colima. El padre terminó sus estudios y se ordenó después de la Cristiada.
[ 3 ] Datos proporcionados por los padres Ochoa, Verduzco, Anguiano y por Virginio García, Mosaico colimense, Colima, s. e., 1972.
[ 4 ] Entrevista Verduzco-Meyer.
[ 5 ] Spectador, t. I, p. 251.
[ 6 ] Entrevista Verduzco- Meyer.
[ 7 ]Entrevista Verduzco- Meyer.
[ 8 ] P. C. Brambila, El obispado de Colima, Colima, 1964, p. 207.
[ 9 ] P. C. Brambila, El obispado de Colima, Colima, 1964, p. 178.
[ 10 ] P. C. Brambila, El obispado de Colima, Colima, 1964, p. 241.
[ 11 ] P. C. Brambila, El obispado de Colima, Colima, 1964, p. 224.
[ 12 ] El Informador, 3 de mayo de 1927.
[ 13 ] Archivos de Manuel Michel, primera sección, 19 y 21 de enero de 1929.
[ 14 ] Virginio García, Mosaico colimense, Colima, s. e., 1972, p. 53-61.
[ 15 ] El Informador, 13 de junio de 1929. Los datos anteriores se encuentran en Spectador, los criste ros..., t. II, p. 143-145.
[ 16 ] Quien se interese por las BB, encontrará más información en las páginas 120-134 del t. III de Jean Meyer, La Cristiada, 11 a. ed., México, Siglo XXI, 1991.
[ 17 ] Anuario Estadístico 1923 y Southworth. Official directory of mines and haciendas in México, 1913, p. 185.
[ 18 ] Archivos de la Secretaría de la Reforma Agraria. Según ciertos documentos había trece ejidos en 1926. Por orden de antigüedad: Cuauhtemotzin, Coquimatlán, Tepames, Cofradía de Suchitlán, Suchitlán, Juárez, Alcaraces, Cuyutlán, Cuauhtémoc, Camotlán de Miraflores, Armería, Cardona y Colomos.
[ 19 ] P. C. Brambila, El obispado de Colima, Colima, 1964, p. 47 y 269
[ 20 ] Los datos sobre T. Corona son de P. C. Brambila, El obispado de Colima, Colima, 1964, p. 269. Sobre A. de Valdés, consúltese la entrevis ta García-Meyer, Colima, 23 de junio de 1969.
Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 16, 1993, p. 101-113.


lunes, 5 de julio de 2010

Sacerdote Enrique Tomás Lozano

Aunque el Diccionario de uso del español (María Moliner) nos aclara que caudillo es el jefe que dirige y manda gente particularmente en la guerra, en sentido figurado podemos afirmar que el sacerdote Enrique Tomás Lozano, párroco del templo del Santo Niño de Atocha de Nuevo Laredo (1932-1957), clérigo de ideas avanzadas que se anticipó al aggiornamento del Concilio Vaticano Segundo, ejerció un caudillaje religioso en la ciudad, desde 1928 y desde Laredo, Texas, donde vivía un destierro voluntario, formaba parte muy activa de la Liga Católica Mexicana (a favor del movimiento cristero) que él mismo define sus metas: "Propagar la verdadera situación de México para contrarrestar la propaganda calumniosa del medio oficial"... Expliquémoslo y evoquémoslo, precisamente hoy, 20 de junio, en que se conmemoran 53 años de su muerte; porque aún viven muchos neolaredenses que lloran la orfandad del padre, del maestro, del sacerdote abierto a todas las ideas, del caudillo religioso que entendió el símbolo del guadalupanismo como lazo de unidad entre los mexicanos; del extranjero que conservó su nacionalidad española, pero que obraba y sentía como un mexicano más entre mexicanos.


a) En una carta fechada en Laredo, Texas, el 6 de febrero de 1928 que dirige a su compatriota, el sacerdote jesuita Adolfo Pulido, a Barcelona, le hace un prolijo recuento de su labor en la que le advierte que aunque "en los Estados Unidos no puede funcionar la Liga (de la Defensa religiosa de México), le alteramos un poco el nombre -Liga Católica Mexicana- y aquí tiene a la nuestra trabajando muy bonito".

b) En la misma correspondencia relata cómo estuvo antes "por espacio de siete años en Monterrey, como profesor del Seminario, prosecretario del Arzobispado, etcétera, y dedicado con especialidad a todos los trabajos de acción social (...) Quiero a los mexicanos con toda mi alma porque me quisieron, y no como extranjero, ni como español, sino como un mexicano y fueron mis brazos para todas mis obras y fui mimado y consentido por todas las clases sociales, desde los Caballeros de Colón, de los que fui capellán, hasta los presos de la Penitenciaría en donde decía misa cada domingo y asistía todos los días a una escuela que tenía para ellos, tenía su caja de ahorros, etcétera".

c) Enrique Tomás Lozano continúa su relato: "Llegaron los días aciagos de 1926 y después de haber ayudado a la magna labor que precedió al cierre de los templos, fue consejo del Excelentísimo señor Arzobispo que me trasladé a este lugar, desde el cual podría ayudarle más, según él, y sin exponerme a ser expulsado por ser mi condición de extranjero".

d) "Ya en el destierro, pensé qué podía hacer por México afligido por tantas calamidades; bien pronto el Espíritu Santo me inspiró un plan de acción que fue este: Establecer una Agrupación que ayudara a la Liga de México, y que pudiera funcionar dentro de este país entre los mexicanos católicos, debiendo además ayudar a los desterrados desde el momento que llegaran a este lugar, hasta que pudieran conseguir trabajo o establecerse de algún modo. Solicitar del venerable Episcopado español becas gratuitas en seminarios españoles para seminaristas mexicanos. Solicitar de colegios católicos en este país becas para estudiantes de universidades que por ser católicos o por haber trabajado en la Liga en México, habían sido expulsados de la Patria".

e) En este año del centenario de la Revolución, nos ha parecido oportuno divulgar a través de esta interesante misiva, la "revolución" encabezada por él y la personalidad de este sacerdote que después estuvo durante un cuarto del siglo XX entre nosotros, como pastor y guía espiritual, hasta su muerte el 20 de junio de 1957... ¿Por qué en esta nota lo identificamos como un caudillo?, porque lo fue: un caudillo religioso del movimiento cristero... Escuchemos lo que en la carta, él mismo confiesa a su compatriota: "La Liga (de la Defensa religiosa) ha confirmado su trabajo y constante defensa, contra viento y marea y a pesar de todas las tempestades del infierno conspiradas en su contra. Hoy, son más de 26 mil los libertadores que se están defendiendo (en México) como los buenos cruzados (...) Digan lo que digan los tiranuelos perseguidores, es una constante y milagrosa conservación de los héroes de Cristo Rey".

f) "Si le contara más detalles, no acabaría este largo y quizá insulso y mal urdido escrito; bástele un último para formarse idea: digo último porque aquí está (conmigo) quien fue testigo: En los días de Navidad, una persona caritativa, mandó 800 pesos a un grupo de libertadores, dice que para dulces. Al recibirlos los valientes contestaron que iban hasta descalzos, pero no querían dulces ni guaraches, sino parque, que comprarán parque con aquello. El donante les dijo que gastaran aquello y que ya iba a buscar para guaraches; nuevamente le contestaron que con aquello les compraran parque y cuando consiguieran para guaraches, compraran también parque aunque fueran ya siempre descalzos. ¿Perderán estos hombres?... Imposible".

g) Una vez arreglado el conflicto religioso entre el presidente Portes Gil y los obispos, que deja a los "libertadores" cristeros al garete..., Enrique Tomás Lozano cruza el río y toma al fin posesión de su parroquia en Nuevo Laredo... ¿Qué nos quedó como herencia espiritual de este sacerdote, después de 53 años de su partida? Lo más sorprendente es que este cristiano varón formado para la acción social, es que llega a una pequeña ciudad de menos de 25 mil habitantes y se encuentra con un indiferentismo religioso, paradójicamente asociado a ideas pacatas, mojigatas, por excesivos escrúpulos de una sociedad conservadora, en muchos aspectos hasta reaccionaria en política. El padre Lozano les da a aquella sociedad conservadora una lección de liberalidad, de apertura: predica con el ejemplo y se acerca a todas las clases, y grupos sociales, no importándole origen, ni condición, ni sus ideas y creencias... Convive igual con liberales y conservadores, con católicos y protestantes, con masones y con Caballeros de Colón, con prostitutas y con señoras de la Asociación de la Vela Perpetua... Sus armas como caudillo fueron los principios de la Acción Católica: que cada quien en su medio llevara el mensaje de Cristo, amar al prójimo; principios de un cura de almas social, en los que él se había formado como sacerdote.

Nos complace repetir ahora en esta evocación, lo que José María de Sagarra, el dramaturgo español dijo a través de uno de los protagonistas de su pieza teatral: La herida luminosa (1955): "El Evangelio no es más que una gran comprensión"... Ese fue el mensaje y el legado que Enrique Tomás Lozano dejó a Nuevo Laredo: una gran comprensión.





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