sábado, 30 de julio de 2011

DISCURSO DEL GENERAL GOROSTIETA

Desde el cuartel general de El Triunfo, en el Estado de Jalisco, el Jefe Supremo de la Guardia Nacional, generalísimo Enrique Gorostieta Velarde a los miembros del Comité Directivo de la L.N.D.L.R. (Liga Nacional en Defensa de la Lucha Religiosa). 16 de Mayo de 1929

“Desde que comenzó nuestra lucha, no ha dejado de ocuparse esporádicamente la prensa nacional y aún la extranjera, de posibles arreglos entre el llamado Gobierno y algún miembro señalado del Episcopado Mexicano, para terminar el problema religioso.
Siempre que esta noticia ha aparecido, han sentido los hombres en lucha que un escalofrío de muerte los invade, peor, mil veces peor que todas las amarguras que han debido apurar. Cada vez que la prensa nos dice de un Obispo posible parlamentario con el callismo, sentimos como una bofetada en pleno rostro, tanto más dolorosa cuanto que viene de quien podíamos esperar un consuelo, una palabra de aliento en nuestra lucha; aliento y consuelo que con una honorabilísima excepción de nadie hemos recibido.
Estas noticias que de manera tan irregular ha dado la prensa y las que nunca han sido desmentidas de manera oficial por nuestros Obispos, siempre han sido de fatales consecuencias para nosotros; los que dirigimos en el campo siempre hemos podido notar que a raíz de una de ellas se suspende el crecimiento de nuestra organización y para volver a obtenerlo hemos debido hacer grandes esfuerzos.
Siempre han sido estas noticias como duchazos de agua helada a nuestro cálido entusiasmo.
Una vez más, en los momentos en que el déspota regresa chorreando sangre, después de dominar por malas artes (oro y apoyo extranjero) a un grupo de sus mismos corifeos que le fueron infidentes; ahora ante el fracaso de los sublevados del Norte, la Nación tiembla de pavor ante la perspectiva del desenfreno del tirano; ahora que este pavor se comunica hasta a diversos grupos nuestros; ahora que los que dirigimos en el campo necesitamos hacer un esfuerzo casi sobrehumano para evitar que ese desaliento contamine a los que luchan; en los momentos precisos en que más necesitamos de un apoyo moral por parte de las fuerzas directoras, de manera especial de las espirituales, vuelve la prensa a esparcir el rumor de las posibles pláticas entre el actual Presidente y el Sr. Arzobispo Ruiz y Flores, pláticas que tienden a solucionar el conflicto religioso y rumor que toma cuerpo con las ambiguas, hipócritas y torpes declaraciones de Portes Gil hechas en Puebla el día cinco del presente.
No sé lo que haya de cierto en el asunto, pero como la Guardia Nacional es institución interesada en él, quiero de una vez por todas y por el digno conducto de ustedes exponer la manera de sentir de los que luchamos en el campo, a fin de que llegue a conocimiento del Episcopado Mexicano y a fin también de que sean ustedes servidos en tomar las providencias que sean necesarias para que llegando hasta Roma obtengamos de nuestro Santo Vicario un remedio a nuestros males… La Guardia Nacional es el pueblo mismo; es la Institución que en el pasado y en el presente de esta lucha se ha hecho solidaria de la ofensa inferida al pueblo mexicano, en un tiempo indefenso, por mexicanos traidores; la Guardia es el contrincante natural de todo lo que en México hay de indigno y espurio. La Guardia tiene ya algunas armas y son éstas la única seguridad que tenemos de vivir en un relativo ambiente de justicia.
Si se nos objetara que la fuerza material con que contamos no es de tomarse en consideración, podemos desmentir tal dicho con sólo hacer notar que es nuestra actitud la que provoca el intento del tirano para solucionar el conflicto. Esto está en la conciencia de todos. Pero aún hay más: nuestra fuerza está constituida por un pequeño ejército, pobre en armas, riquísimo en virtudes militares, que lucha cada día con más éxito por libertarse de una jauría rabiosa que los esclavizaba; por un pueblo entero que está decidido a conquistar todas las libertades y que tiene puestos sus ojos no en la promesa banal que puede hacerse al Episcopado, sino en la obligada transacción a que tiene que someterse el grupo que ahora nos tiraniza.
Lo que nos hace falta en fuerza material no le pedimos al Episcopado, lo obtendremos de nuestro esfuerzo; sí pedimos al Episcopado fuerza moral que nos haría omnipotentes y está en nuestras manos dársela, con sólo unificar su criterio y orientar a nuestro pueblo para que cumpla con su deber aconsejándole una actitud digna y viril, propia de cristianos y no de esclavos… Que los señores Obispos tengan paciencia, que no se desesperen, que día llegará en que podamos con orgullo llamarlos en unión de nuestros sacerdotes a que vengan entre nosotros a desarrollar su Sagrada Misión, entonces sí en un país de libres. ¡Todo un ejército de muertos nos manda obrar así!”

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