miércoles, 25 de abril de 2012

sábado, 21 de abril de 2012

MEXICANOS AL GRITO DE ¡VIVA CRISTO REY!


CORREO DE NUESTROS LECTORES

Sr. Salvador I. Reding Vidaña
“La Cristiada”, una película en estreno que relata, en lenguaje cinematográfico, tres años de la historia mexicana conservada en la oscuridad. En la historia del siglo XX de este país, después de terminado el conflicto o más bien conflictos sucesivos armados de la Revolución Mexicana, hubo un nuevo conflicto, de 1926 al 29, del cual prácticamente no se habla, fue “la cristiada”.
La Cristiada fue una lucha armada de católicos mexicanos, contra un gobierno dictatorial que atentaba de palabra, legislación y hechos concretos, en contra de la vida religiosa de México. En la historia oficial este hecho ha sido ignorado intencionalmente, aunque grupos armados con más de 20,000 hombres se enfrentaron con las fuerzas gubernamentales. A ellos se sumaban miles de personas, hombres y también mujeres, que de diversas maneras apoyaron logísticamente el movimiento cristero.
La película “La Cristiada” nos relata los hechos de ese trienio antirreligioso de la historia mexicana, en cuanto a los antecedentes de la ofensiva del Presidente Plutarco Elías Calles, sus atrocidades en asesinatos, destrucción de bienes y otras formas de aterrorizar a los católicos practicantes.
De allí pasa la película a mostrar la lucha armada, el nombramiento y acción de su personaje principal, el Gral. Enrique Gorostieta, y de cómo terminó el conflicto armado por los llamados “arreglos” entre algunos obispos, con el apoyo de Roma, y el gobierno de Calles. Finalmente en la manera en que intervino –para variar-, el gobierno de Estados Unidos, para concluir la lucha por medio de esos “arreglos”.
La historia se centra en la persona del Gral. Gorostieta, gran estratega y excelente líder, cuya carrera militar provenía de la Revolución Mexicana, en diversos éxitos militares, Fue ascendido a General de División a los 24 años.
Al Gral. Gorostieta le contrata, profesionalmente, la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa, “la Liga” popularmente, para que sea el jefe militar de los diversos grupos armados cristeros, teniendo así un control central bajo su único mando. Para ello debería ganarse precisamente el respeto militar y humano de los diversos caudillos que encabezaban grupos armados, como el Padre José Reyes Vega y Victoriano Ramírez, “El Catorce”. Efectivamente, Gorostieta lo logró.
La cinta presenta bastante bien la personalidad del General, que no era católico practicante, y que decide aceptar ser él la cabeza de la rebelión cristera por ser partidario de la libertad en general y de la religiosa en lo particular.
La historia escrita del movimiento cristero, que por cierto debió su nombre a que operaban bajo el lema, el grito, de “¡viva Cristo Rey!”, nos enseñaba que el Gral. Gorostieta se fue convirtiendo en católico convencido gracias a sus vivencias como comandante de los cristeros. A su vez, la película narra también, cinematográficamente, esta conversión.
Habiendo tenido yo, hace ya muchos años, la oportunidad de conversar largamente con su viuda y una de sus hijas en la ciudad natal de Gorostieta, Monterrey, así como con quien fuera su asistente personal, Heriberto Navarrete (tras los “arreglos” ingresó a la Compañía de Jesús), puedo afirmar que esa conversión del General, fue cierta.
Narra de paso la cinta también algunos pasajes de un distinguido líder social tapatío de esa época, un partidario de la resistencia pacífica, a quien se le llamaba entonces “el Gandhi mexicano”, el Licenciado Anacleto González Flores.
Anacleto, como cabeza de “la Liga”, insistía en no recurrir a la lucha armada, pero otros participantes de la misma lo rebasaron y la apoyaron. Gonzáles Flores fue asesinado por el gobierno federal y, aunque la película no incluye este hecho, su sepelio que un evento de enorme importancia de la historia de Guadalajara, con multitudes enfurecidas por el crimen, Anacleto es ahora beato de la Iglesia.
Se incluyen también otros casos de martirios realizados por el gobierno callista contra católicos, sacerdotes y laicos, ajenos al movimiento armado en general.
Considero que esta película cumple su cometido ampliamente: dar a conocer ese trienio antirreligioso en México y la defensa armada. Tal como advierte uno de sus productores, no es un documental, es una historia hecha en lenguaje cinematográfico, por lo que parte de sus escenas no son necesariamente tal como ocurrieron, pero como película cumple su función de narrar los hechos.
Hay concordancia de esos hechos, en general, con la historia real, tal como fue narrada precisamente por algunos de sus protagonistas en libros que leí en mi juventud acejotaemera, como “Por Dios y por la Patria” y “Entre las Patas de los Caballos”, cuyos autores, el Padre Navarrete y Luis Rivero Del Val, tuve el honor de conocer. También leí testimoniales en la revista cristera “David”, en su segunda época post-movimiento, editada por un cristero, Aurelio Acevedo Robles (a quien conocí sólo epistolarmente).
Vale realmente la pena ver esta excelente película, no sólo por la historia que narra, sino por su magnífica presentación, que en sus dos horas y media de duración, mantiene al público interesado, por la agilidad de la misma.
Dentro de las muchas ocasiones en que la Iglesia Católica (y otras cristianas) ha sido perseguida cruelmente, esta es una que, como ya dije, es prácticamente desconocida en sus hechos. Es una de las ocasiones en que el derecho a la rebelión ha sido plenamente justificado.
Es más, hay gente que ni siquiera ha tenido ocasión de escuchar o leer sobre “los cristeros”, la “Cristiada” y menos aún sobre su gran líder, el General Enrique Gorostieta. El general fue muerto en una emboscada poco antes de que “los arreglos” pusieran fin al conflicto armado. Su muerte impidió que continuara la lucha armada tras “los arreglos”, aún en contra de la orden episcopal.
Quienes vean esta película tan reveladora, tan bien realizada y actuada, sin duda recomendarán a otras personas que no dejen de verla, Yo mismo lo estoy haciendo ahora, y… ¡que Viva Cristo Rey!

LA CRISTIADA: UNA GLORIOSA EPOPEYA DEL PUEBLO CATÓLICO MEXICANO


En estos tiempos en los cuales, a fuerza de sólo pensar en términos de mal menor y de bien posible, rehuye el hombre el combate por un ideal y tiende a la conciliación y a la coexistencia pacífica de la verdad con el error y del bien con el mal. Cuando olvidado el sentido cristiano de la vida, como época de lucha, de prueba, y de expiación, únicamente se preocupa por los intereses de orden temporal y terreno. Cuando en fin, rechazado el reino social de Nuestro Señor Jesucristo se juzga inevitable la victoria absoluta de la Revolución, es no sólo justo y debido, sino sumamente provechoso, recordar y exaltar a unos hombres que, por llevar el Santo Nombre de Cristo en el corazón y en sus labios, sus mismos enemigos dieron el nombre de Cristeros.
Renunciando estos hombres a la vida y a todo interés temporal y terreno, sin más recursos que su Fe y su valor, gallardamente aceptaron el reto de la Revolución universal y se lanzaron al combate proclamando la realeza de Cristo. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! luchaban. Y al grito de ¡Viva Cristo Rey! morían. Esta heroica cruzada y verdadera epopeya, una de las más gloriosas de todos los tiempos, y sin duda, la más pura y gloriosa del siglo XX, no fue prevista ni preparada por la jerarquía católica o la clase dirigente en general. Surgió espontáneamente de la entraña del mismo pueblo mexicano. No fué una guerra de campesinos, sino la guerra de todo un pueblo de sincera y profunda raigambre católica, cuyo modo de ser y de sentir se manifestó en todo el esplendor de su pureza y su vigor. Cristeros eran, animados por el mismo espíritu, no sólo quienes combatían en el campo con las armas en la mano, sino todos aquellos, de diferentes edades, sexo y condiciones sociales, que arrostrando todos los peligros, la muerte, la prisión, el ultraje, el despojo, el destierro y los más grandes sufrimientos y penalidades en ciudades, pueblos y aldeas, y en las más diversas formas, se oponían a la Revolución y proveían a los combatientes de elementos para vivir y combatir.
No obstante que esa verdadera cruzada no tenía más móvil o fin que el religioso, no mereció ser proclamada como tal por la jerarquía católica. Lo que más pudo lograr, porque no podía ir contra la evidencia, fué ser considerada como lícita, sin por ello contar con su apoyo, ni siquiera moral, y nunca desapareció la indiferencia, y aun la hostilidad contra la misma de no pocos prelados.
Ninguna potencia ayudó a esa cruzada que luchaba heroicamente contra un poder público opresor sostenido por la mayor potencia del mundo con la complicidad de todas las demás. Y después de más de ciento cincuenta años de combate contra la Revolución universal, el pueblo mexicano estaba empobrecido hasta la miseria, y la clase dirigente deprimida y desmoralizada. No había ejército, ni jefes, ni personalidades relevantes, ni armas, ni recursos de ninguna clase. Sólo con un viejo fusil, escopeta o pistola, o sin nada, animosamente se lanzaban los cristeros al combate. Y «Dios los ayudaba en la medida de su fe».
Además de la misma sorprendente y espontánea reacción los habitantes de ciudades, pueblos, y aldeas, abundan los hechos difícilmente explicables por el sólo orden natural de las cosas. Sin ningún conocimiento o experiencia en el arte de la guerra, sobre todo al iniciarse la insurrección, cometían los cristeros errores que podrían conducir a su aniquilamiento, y sin embargo salían ilesos. Se resistían a las convenientes y oportunas retiradas, y su ardor y arrojo los llevaba a enfrentarse y aun a atacar a fuerzas enemigas a veces abrumadoramente superiores, y siempre perfectamente armadas, obteniendo brillantes victorias o saliendo airosos, pareciendo increíble la desproporción entre sus bajas y las sufridas por su adversario.
El Ilmo. Arzobispo Primado de México, Monseñor José Mora y del Rió, desgraciadamente fallecido en el destierro en 1928, en carta fechada en marzo de 1927 dirigida a Mons. Emeterio Valverde y Tellez, Obispo de León y Secretario de la Comisión de Obispos Mexicanos residentes en Roma, daba su testimonio:
«Por aquí estamos todos muy optimistas respecto al resultado próximo de la actual contienda y estos mismos ( los revolucionarios callistas perseguidores) se consideran imposibilitados para sostenerse, pero oponen resistencia tenaz. A los soldados, el grito de ¡Viva Cristo Rey! les causa tal efecto que dicen no poder disparar sus armas de modo que lo que alienta a los heroicos defensores amilana a los contrarios».
El Episcopado participaba de la tendencia en boga en los altos medios eclesiásticos de conciliación con la Revolución, imponiendo la obligación moral de tratar de reconciliarse y aceptar lo que llamaban “autoridades constituidas” o establecidas. No obstante que tenían su origen en revoluciones fraguadas por la secta masónica, a cuyos fines servían, y en las hordas que habían asolado, y que continuaban asolando al país, consideraban que su existencia estaba ligada al bien común, aún cuando sus graves y obstinados ataques a los derechos más sagrados y a los esenciales de la sociedad y de la persona humana, eran absolutamente opuestos a dicho bien común y el mal mayor consistía en la consolidación d elas mismas, y de los principios que encarnaban.
La clase dirigente en general, era la que se había formado en la época de la ignominiosa u oprobiosa tiranía de Porfirio Díaz y de la transición de Francisco I. Madero, en un ambiente muy influenciado por el catolicismo liberal y la democracia. Carecía de claras ideas y objetivos del orden político. A raíz del establecimiento de la república Federal Laica, la clase dirigente se mantenía en la idea del rechazo absoluto de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma, como intrínsecamente perversas, sosteniendo que debían ser derogadas. Durante el porfirismo y maderismo se cambió hacia la práctica aceptación de las mismas. No existía verdadera aristocracia, y los ricos, preocupados por sus propios intereses y negocios, tenían pocas ideas religiosas, patrióticas o políticas.
Por todo ello y solo con algunas brillantes y heroicas excepciones que surgieron en el curso del conflicto religioso, faltaban relevantes personalidades eclesiásticas, militares o civiles. Se estaba en franca decadencia. Sólo iban a destacarse y a brillar la fe, el buen sentido, y la generosidad y heroísmo del pueblo en general.
¡Que las Naciones Católicas conserven de ella el precioso recuerdo! ¡Que se narre de padres a hijos esta gesta de maravilla, como se relatan las hazañas de los Cruzados, de los Chuanes de la Vendée o de los campesinos de Flandes, que en su tiempo empuñaron las armas por Cristo! Esa epopeya pregona la perpetuidad del espíritu de martirio de la Iglesia Católica. Recuerda a la juventud que, en este siglo aplastado por las preocupaciones materialistas, el heroísmo no ha de ninguna manera desaparecido.

Héroes y mártires que murieron con el mismo grito de la victoria:¡Viva Cristo rey!

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